[vc_row full_width=»stretch_row»][vc_column width=»1/4″][vc_single_image image=»1381″ img_size=»600×300″ alignment=»center»][vc_single_image image=»1379″ img_size=»600×300″ alignment=»center» css=».vc_custom_1570147841384{margin-top: -22px !important;}»][vc_single_image image=»1380″ img_size=»600×300″ alignment=»center» css=».vc_custom_1570147846036{margin-top: -22px !important;}»][/vc_column][vc_column width=»3/4″][vc_custom_heading text=»El Espíritu Santo, que distribuye los carismas según quiere para común utilidad, inspira la vocación misionera en el corazón de cada uno y suscita al mismo tiempo en la Iglesia institutos, que reciben como misión propia el deber de la evangelización, que pertenece a toda la Iglesia.
Porque son sellados con una vocación especial los que, dotados de un carácter natural conveniente, idóneos por sus buenas dotes e ingenio, están dispuestos a emprender la obra misional, sean nativos del lugar o extranjeros: sacerdotes, religiosos o laicos. Enviados por la autoridad legítima, se dirigen con fe y obediencia a los que están lejos de Cristo, segregados para la obra a que han sido llamados (Cf. Act., 13,2), como ministros del Evangelio, «para que la oblación de los gentiles sea aceptada y santificada por el Espíritu Santo» (Rom. 15,16).
El hombre debe responder al llamamiento de Dios, de suerte que no asintiendo a la
carne ni a la sangre, se entregue totalmente a la obra del Evangelio. pero no puede dar esta respuesta, si no le mueve y fortalece el Espíritu Santo. El enviado entra en la vida y en la misión de Aquel que «se anonadó tomando la forma de siervo». Por eso debe estar dispuesto a permanecer durante toda su vida en la vocación, a renunciarse a sí mismo y a todo lo que poseía y a «hacerse todo a todos».
El que anuncia el Evangelio entre los gentiles dé a conocer con confianza el misterio
de Cristo, cuyo legado es, de suerte que se atreva a hablar de El como conviene, no
avergonzándose del escándalo de la cruz.
Siguiendo las huellas de su Maestro, manso y humilde de corazón, manifieste que su
yugo es suave y su carga ligera. Dé testimonio de su Señor con su vida enteramente
evangélica, con mucha paciencia, con longanimidad, con suavidad, con caridad sincera, y si es necesario, hasta con la propia sangre.» font_container=»tag:h2|font_size:22|text_align:justify» google_fonts=»font_family:Roboto%3A100%2C100italic%2C300%2C300italic%2Cregular%2Citalic%2C500%2C500italic%2C700%2C700italic%2C900%2C900italic|font_style:400%20regular%3A400%3Anormal»][/vc_column][/vc_row]