Lectio Divina Domingo de Ramos

DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR 

Bendito el que viene en nombre del Señor 

Ambientación

Llenos de gozo, pero, igualmente -en este año- con tristeza, iniciamos la celebración de la Semana Mayor, la Semana Santa. Con gozo, porque es la fiesta anual de la Pascua, pero con tristeza, porque no podemos celebrarla públicamente, a causa de la cuarentena obligatoria, molesta, pero absolutamente necesaria. 

Con el homenaje silencioso de nuestra fe hacemos presente en esta semana los últimos días de la vida terrenal del Señor Jesús, su pasión redentora, su muerte salvadora, su resurrección gloriosa, triunfo final sobre toda muerte. La Palabra de Dios, que debemos leer no como una crónica del pasado sino como el anuncio feliz de un misterio que se realiza hoy, nos lleva de la mano en la asimilación de este acontecimiento, el mayor de todos los tiempos.

El Domingo de Ramos, pórtico de la Semana Santa, nos sitúa ante Jesús. Él afronta con humildad y valentía el camino doloroso y triunfante de la liberación. 

  • PREPARACIÓN: INVOCACIÓN AL ESPÍRITU SANTO

Ven, Espíritu Santo, 

ilumina nuestra mente, nuestro corazón 

y nuestra voluntad 

para que podamos comprender, 

aceptar y vivir tu Palabra. 

Llena con tu santo poder 

a todos los que participamos en este encuentro 

para que, guiados por el Evangelio, 

recorramos juntos el camino de Jesús Maestro.

Amén. 

  •  LECTURA: ¿QUÉ DICE EL TEXTO?

Mt. 21, 1-11: “¡Hosana! Bendito el que viene en nombre del Señor”

Evangelio de Jesucristo según san MATEO

Cuando se aproximaron a Jerusalén, al llegar a Betfagé, junto al monte de los Olivos, entonces envió Jesús a dos discípulos, diciéndoles: “Vayan al pueblo que está enfrente de ustedes, y enseguida encontrarán una burra atada y un burrito con ella; desátenlos y tráiganmelos. Y si alguien les dice algo, dirán: El Señor los necesita, pero enseguida los devolverá. Esto sucedió para que se cumpliese lo dicho por el profeta: “Digan a la hija de Sión: He aquí que tu Rey viene a ti, manso y montado en una burra y un burrito, hijo de animal de yugo”. Fueron, pues, los discípulos e hicieron como Jesús les había encargado: trajeron la burra y el burrito. Luego pusieron sobre ellos sus mantos, y él se sentó encima. La gente, muy numerosa, extendió sus mantos por el camino; otros cortaban ramas de los árboles y las tendían por el camino. Y la gente que iba delante y detrás de él gritaba: “¡Hosana! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosana en las alturas!” Y al entrar él en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió. “¿Quién es éste?”, decían. Y la gente decía: “Este es el profeta Jesús, de Nazareth de Galilea”

Primera lectura: Isaías 50, 4-7: “El Señor me ha dado una lengua de discípulo”

El Domingo de Ramos nos introduce en la semana santa, con la lectura del tercer cántico del Siervo. Is 50 forma parte de la segunda sección del libro de Isaías y se refiere a la identidad del “Siervo”. Aparece más como sabio que como profeta. Asegura que el Señor le introduce en su sabiduría, para poder “llevar al abatido una palabra de aliento”. Por eso, “mañana tras mañana, el Señor despierta mi oído para que escuche yo, como discípulo”. Y, por eso, no se rebela ni se echa atrás; más bien, afrontará todos los sinsabores de su historia, sin hermetismos, ni timideces, sabiendo que el Señor le ayuda, y por tanto no quedará avergonzado. El mensaje del profeta Isaías (Is 50, 4-7) trata de la actitud interna del Siervo de Dios, el Enviado, el Ungido, es decir, Jesús durante los acontecimientos de la pasión. 

Acepta el proyecto de redención, por amor, con absoluta confianza en Dios Padre. Las palabras del profeta podemos leerlas muy bien como si procediesen de labios de Jesús. Expresan lo más íntimo del espíritu del Maestro -el único Maestro- en el momento de dar a todos los hombres la suprema lección: la fidelidad al Padre, en medio de todas las dificultades, a causa del amor que lo hace confiar a pesar de todo. 

La continuación de este texto- los llamados “cánticos del Siervo” (que son 4)- los leemos durante la semana santa, y especialmente el viernes santo. ¡Maravillosa Sabiduría, escondida a inteligentes y poderosos, y manifestada a gente sencilla! (Cfr. Mt. 11, 25-17). Ya estamos frente a la pasión y muerte de Cristo, bajo la luz de su resurrección y triunfo sobre el pecado y la muerte. Desde sus comienzos, la iglesia cristiana ha reconocido en estos poemas el anuncio misterioso de la muerte redentora y de la glorificación de Jesús, el Siervo del Señor por excelencia. 

Salmo responsorial: Sal 22 (21): “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

El salmo 22 (21) expresa exactamente la misma actitud que se manifiesta en la primera lectura: una profunda angustia del hombre justo, rodeado de malhechores, como alejado de Dios, pero seguro finalmente de la gloria de Dios. Mateo y Marcos ponen esta oración en labios de Jesús, en la narración de la Pasión (Mt. 27, 46; Mc. 15, 34). 

Ciertamente, nadie podía pronunciar estas palabras con más seguridad que Jesús en la Cruz.

El salmista expresa su confianza en la ayuda del Señor. En el NT en este salmo se reconoce a Cristo en su pasión. La esperanza de no morir queda ratificada en la nueva vida de Cristo Resucitado. Jesús Salvador, verdaderamente solidario con el ser humano, asume la experiencia de un hombre que está en las últimas y ha gritado la profundidad de su angustia. 

Millones de hombres están en las últimas, a punto de desesperarse y de su boca salen las mismas expresiones del salmista. El salmo es siempre actual. Como es actual el sufrimiento de los hombres. Como es actual el grito de quien está roto de cuerpo y espíritu, como están las víctimas de la pandemia del coronavirus. 

Por tanto, no hay que esforzarse mucho para encontrar personas que recitan este salmo con un timbre de dolorosa autenticidad. Cristo ha experimentado en su propia carne la situación de millones de hombres que han estado en las últimas. 

Segunda lectura: Filipenses 2, 6-11: “Jesús tomó la condición de esclavo”

El texto de esta lectura es, probablemente, una cita que hace el apóstol de un cántico que usaba que la comunidad cristiana para profesar su fe en el misterio pascual de Cristo. Eso nos dice de su proximidad a los primeros años del cristianismo. Al mismo tiempo nos hace percibir la profunda comunión de los creyentes a través de los siglos y del espacio.

Ahí se proclama todo el misterio de Cristo: desde el Padre hasta la muerte, desde la muerte hasta la gloria del Padre. El que se ha humillado ha sido glorificado. Eso es el Misterio Pascual. San Pablo, en este himno, presenta los dos aspectos de la obra redentora de Cristo, que celebramos en esta semana santa. 

Y justamente porque se sometió, lo exaltó Dios de tal modo, que toda lengua pueda proclamar ante el Crucificado: “¡Jesús es el Señor!”. La vida de Jesús es asumir la situación de los otros y ver cómo desde dentro de esa situación se puede crear la relación filial con el Padre y fraternal con los hermanos. 

Evangelio de Mateo 26, 14 – 27, 66: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”. 

NB: Tomamos el Evangelio de la entrada de Jesús en Jerusalén (proclamado al iniciar la procesión), y dejamos el relato de la Pasión para el viernes santo. 

Releamos la Palabra para interiorizarla.

a) Contexto.

Este Domingo de Ramos, cuando conmemoramos la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén es momento propicio para descubrir cómo la alegría se torna en sufrimiento, cómo a un pueblo que ahora lo aclama con palmas, lo reemplazará el otro pueblo, el que el viernes santo, animado por sus dirigentes pedirá para Él la crucifixión. 

Naturalmente, la meta inmediata de la peregrinación de Jesús es Jerusalén, la Ciudad Santa con su templo y la “Pascua de los judíos”, como la llama Juan (Cfr. Jn. 2, 13). Jesús se había puesto en camino junto con los Doce, pero poco a poco se fue uniendo a ellos un grupo creciente de peregrinos; Mateo y Marcos nos dicen que, ya al salir de Jericó, había una “gran muchedumbre” que seguía a Jesús (Mt. 20, 29; cfr. Mc. 10, 46). 

En este último tramo del recorrido hay un episodio que aumenta la expectación por lo que está a punto de ocurrir, y que pone a Jesús de un modo nuevo en el centro de atención de quienes lo acompañan: dos mendigos ciegos (cfr. Mt. 20, 29-34; en Mc. 10, 46-52, es uno solo y se llama Bartimeo), están sentados junto al camino (Mt. 20, 30; cfr. Mc. 10, 46b). Se enteran de que entre los peregrinos está Jesús y entonces se ponen a gritar sin cesar: “Hijo de David, Jesús, en compasión de nosotros” (Mt. 20, 30; cfr. Mc. 10, 47). En vano tratan de tranquilizarlos y, al final, Jesús los invita a que se acerquen. A su súplica – Señor, que se abran nuestros ojos- , Jesús, lleno de misericordia, les abre los ojos, les hace recuperar la vista. 

Los ciegos recobraron la vista “y lo siguieron” (Mt. 20, 34; cfr. Mc 10, 52b). Una. Ez que ya podían ver, se unieron a la peregrinación hacia Jerusalén. De repente, el tema David, con su intrínseca esperanza mesiánica, se apoderó de la muchedumbre: este Jesús con el que iban de camino, ¿no será verdaderamente el nuevo David? Con su entrada en la Ciudad Santa, ¿no habrá llegado la hora en que Él restablezca el reino de David? 

b) Comentario:

vv. 1-5:

v.1ª. Los preparativos que Jesús dispone con sus discípulos hacen crecer esta expectativa. Jesús llega al Monte de los Olivos desde Betfagé y Betania, por donde se esperaba la entrada del Mesías.

vv. 1b-4. Manda por delante a dos discípulos, diciéndoles que encontrarían una burra y un borrico atados. Marcos y Lucas añaden: “sobre el que no ha montado todavía ningún hombre” (Mc. 11,2; Lc. 19, 30). Tienen que desatarlo y llevárselo; si alguien les pregunta el por qué, han de responder: “El Señor lo necesita” (Mt. 21,3; cfr. Mc. 11,3; Lc. 9, 31). 

Todo esto puede parecer más bien irrelevante para el lector de hoy, pero para los judíos contemporáneos de Jesús está cargado de referencias misteriosas. 

En cada uno de los detalles está presente el tema de la realeza y sus promesas. Jesús reivindica el derecho del rey a requisar medios de transporte, un derecho conocido en toda la antigüedad (Cfr. Pesch, Evangelio de Marcos II, p. 180). El hecho de que se trate de un animal “sobre el que nadie ha montado todavía” (Cfr. Mc. 11,2 y Lc. 19, 30) remite también a un derecho real. Y, sobre todo, se hace alusión a ciertas palabras del Antiguo Testamento que dan a todo el episodio un sentido más profundo. 

En primer lugar, las palabras de Gn. 49, 10s, la bendición de Jacob, en las que se asigna a Judá el cetro, el bastón de mando, que no le será quitado de sus rodillas “hasta que llegue aquel a quien le pertenece y a quien los pueblos deben obediencia”. Se dice de Él que ata su borriquillo a la vida (cfr. Gn. 49, 11). Por tanto, el borrico atado hace referencia al que tiene que venir, al cual “los pueblos deben obediencia”.

v. 5. Más importante aún es Zac. 9, 9, el texto que Mateo y Juan citan explícitamente para hacer comprender el Domingo de Ramos: “Digan a la hija de Sión: mira a tu rey, que viene a ti humilde, montado en un asno, en un pollino, hijo de acémila” (Mt. 21, 5; Cfr. Jn. 12, 15; Zac. 9,9). Jesús es un rey que rompe los arcos de guerra, un rey de la paz y un rey de la sencillez, un rey de los pobres. Esto nos ha recordado el nuevo reino universal de Jesús que, en las comunidades de la fracción del pan, es decir, en la comunión con Jesucristo, se extiende de mar a mar como reino de su paz.

Retengamos esto: Jesús reivindica, de hecho, un derecho regio. Quiere que se entienda su camino y su actuación sobre la base de las promesas del Antiguo Testamento, que se hacen realidad en Él. El Antiguo Testamento habla de Él y viceversa: Él actúa y vive de la Palabra de Dios, no según sus programas y deseos. Su exigencia se funda en la obediencia a los mandatos del Padre. Sus pasos son un caminar por la senda de la Palabra de Dios. Al mismo tiempo, la referencia a Zacarías 9, 9 excluye una interpretación “zelote” de la realeza: Jesús no se apoya en la violencia, no emprende una insurrección militar contra Roma. Su poder es de carácter diferente: reside en la pobreza de Dios, en la paz de Dios, que Él considera el único poder salvador.

vv. 6-9:

v.6. Los discípulos encuentran el borrico, se les pregunta -como estaba previsto- por el derecho que tienen para llevárselo, responden como se les había ordenado y cumplen con el encargo recibido. Así, Jesús entra en la ciudad montado en un borrico prestado, que inmediatamente después devolverá a su dueño.

v. 7: Cuando se lleva el borrico a Jesús, ocurre algo inesperado: los discípulos echan sus mantos encima del borrico. También el echar los mantos tiene su sentido en la realeza de Israel (cf. 2Re. 9,13). Lo que hacen los discípulos es un gesto de entronización en la tradición de la realeza davídica y, así, también en la esperanza mesiánica que se ha desarrollado a partir de ella.

Mientras Mateo (Mt. 21,7) y Marcos (11,7) dicen simplemente que «Jesús se montó», Lucas escribe: «Y le ayudaron a montar» (Lc. 19,35). Ésta es la expresión usada en el Primer Libro de los Reyes cuando narra el acceso de Salomón al trono de

David, su padre. Allí se lee que el rey David ordena al sacerdote Zadoc, al profeta Natán

y a Benaías: «Tomen con ustedes los veteranos de su señor, monten a mi hijo

Salomón sobre mi propia mula y bájenlo a Guijón. El sacerdote Zadoc y el profeta Natán lo ungirán allí como rey de Israel…» (1Re. 1,33s).

v. 8-9: Los peregrinos que han venido con Jesús a Jerusalén se dejan contagiar por el entusiasmo de los discípulos; ahora alfombran con sus mantos el camino por donde pasa.

La subida a Jerusalén es el cumplimiento de un signo mesiánico y el pueblo así lo reconoce: «Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!¡Hosanna en las alturas!» (Mt 21,9; cfr. Sal 118,25-26).. «Hijo de David», portador de las promesas del Reino verdadero y definitivo (escatológico). Cortan ramas de los árboles y gritan palabras del Salmo 118(117), que son palabras de oración de la liturgia de los peregrinos de Israel, que en sus labios se convierten en una proclamación mesiánica.

Esta aclamación la han transmitido los cuatro evangelistas, aunque con sus variantes específicas y la liturgia cristiana ha acogido este saludo, interpretándolo a la luz de la fe pascual de la Iglesia.

=>: Ante todo, aparece la exclamación: «¡Hosanna!» (Mt. 21, 9a). Originalmente, ésta era una expresión de súplica, como: «¡Ayúdanos!». En el séptimo día de la fiesta de las Tiendas, los sacerdotes, dando siete vueltas en torno al altar del incienso, la repetían monótonamente para implorar la lluvia. Pero, así como la fiesta de las Tiendas se transformó de fiesta de súplica en una fiesta de alegría, la súplica se convirtió cada vez más en una exclamación de júbilo (cf. Lohse, Diccionario teológico del Nuevo Testamento, IX, p. 682).

La palabra había probablemente asumido también un sentido mesiánico ya en los tiempos de Jesús. Así, podemos reconocer en la exclamación «¡Hosanna!» una expresión de múltiples sentimientos, tanto de los peregrinos que venían con Jesús como de sus discípulos: una alabanza jubilosa a Dios en el momento de aquella entrada; la esperanza de que hubiera llegado la hora del Mesías, y al mismo tiempo la petición de que fuera instaurado de nuevo el reino de David y, con ello, el Reinado de Dios sobre Israel.

=>: La palabra siguiente del Sal. 118(117), «bendito el que viene en el nombre del Señor» (v. 26a; Mt. 21, 9b), perteneció en un primer tiempo a la liturgia de Israel para los peregrinos y con ella se los saludaba a la entrada de la ciudad o del templo. Lo demuestra también la segunda parte del versículo: «Los bendecimos desde la casa del Señor» (v. 26b). Era una bendición que los sacerdotes dirigían a los peregrinos a su llegada.

Pero con el tiempo la expresión «que viene en el nombre del Señor» había adquirido un sentido mesiánico. Más aún, se había convertido incluso en la denominación de Aquel que había sido prometido por Dios. De este modo, de una bendición para los peregrines, la expresión se transformó en una alabanza a Jesús, al que se saluda como al que viene en nombre de Dios, como el Esperado y el Anunciado por todas las promesas.

 

 =>: Mateo termina con una exclamación que alude al canto de los Ángeles en la Navidad que trae San Lucas: los Ángeles cantan«¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!» (Lc. 2,14; cf. 19,38). Mateo dice: «Hosanna en las alturas» (Mt. 21, 9c).

vv. 10-11:

v.10: De los tres Evangelios sinópticos, pero también de Juan, se deduce claramente que la escena del homenaje mesiánico a Jesús tuvo lugar al entrar en la ciudad, y que sus protagonistas no fueron los habitantes de Jerusalén, sino los que acompañaban a Jesús entrando con El en la Ciudad Santa.

El paralelismo con el relato de los Magos de Oriente es evidente. Tampoco entonces se sabía nada en la ciudad de Jerusalén sobre el rey de los judíos que acababa de nacer; esta noticia había dejado a Jerusalén «trastornada» (Mt. 2,3). Ahora se «alborota»: Mateo usa la palabra eseisthe (εσεισOn del verbo = σειw = seio, que significa estremecerse, conmoverse, temblar, aturdirse), que expresa el estremecimiento causado por un terremoto (σεισμóÇ = sismo). Algo se había oído hablar del profeta que venía de  Nazaret, pero no parecía tener ninguna relevancia para Jerusalén, no era conocido.

La multitud que homenajeaba a Jesús en la periferia de la ciudad no es la misma que pediría después su crucifixión. Mateo lo da a entender de la manera más explícita, añadiendo después de la narración del Hosanna dirigido a Jesús, hijo de David, el comentario: «Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad preguntaba alborotada: Quien es este?». La gente que venía con el decía: «Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea«» (Mt. 21,10s).

  1. MEDITACIÓN: ¿QUÉ NOS DICE la PALABRA?

Un Misterio de amor 

El evangelista no solo narra estos acontecimientos. La primera comunidad los compartió y fue leyendo en ellos el drama de la salvación del mundo. No es una pasión de un mártir y la muerte de un hombre como las demás. Allí hay el gran misterio del que en virtud de la voluntad divina se entrega a la muerte por la humanidad y para su salvación. Él ha asumido los dolores del hombre y les ha dado un contenido nuevo. Es el Dios que sabe bien por experiencia que el dolor hace parte de la condición humana y lo penetra de sentido redentor. La liturgia de la Iglesia no solo recuerda esta muerte sino que al hacer memoria de ella le da una misteriosa presencia. No miramos hacia el pasado, contemplamos el presente y afianzamos para siempre nuestra esperanza.

Nos dice el Papa Francisco: «El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar. El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual. Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor. En medio del aislamiento donde estamos sufriendo la falta de los afectos y de los encuentros, experimentando la carencia de tantas cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro lado. El Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita. No apaguemos la llama humeante (cf. Is 42,3), que nunca enferma, y dejemos que reavive la esperanza» (Oración y bendición «Urbi et Orbi», 27 de Marzo de 2020)

Relativizar lo pasajero y secundario

Quien diga que en su vida no se ha encontrado con la cruz de Cristo no dice verdad. En medio de la riqueza del mundo actual el sufrimiento de pueblos enteros, incluso de toda la humanidad, es un hecho innegable: lo estamos experimentando en la pandemia del virus que tiene al mundo en cuarentena. Nos resistimos a creer que pueda darse en la forma que lo estamos viviendo.

Meditemos las palabras del Papa Francisco: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, esta tarde tu Palabra nos interpela se dirige a todos. En nuestro mundo, que Tú amas más que nosotros, hemos avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo. Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa. No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo. Ahora, mientras  estamos en mares agitados, te suplicamos: “Despierta, Señor”» (Oración y bendición «Urbi et Orbi», 27 de Marzo de 2020)).

Tenemos la oportunidad de leer en clave de la Cruz de Cristo la terrible pandemia que nos tiene presos del pánico, de la angustia, de la desesperación. Pero, desde la Cruz de Cristo, puede ser una gracia que Dios nos quiere dar para que sepamos valorar y desear lo que es realmente esencial en la vida, y relativizar lo secundario.

¿Qué sentido tiene? La pasión y muerte de Jesucristo nos dan la respuesta. El dolor del hombre, unido al dolor de Cristo, tiene un sentido salvador. El mártir que afronta con valentía la muerte en beneficio por los hermanos y se llena de alegría nos da una respuesta. El testimonio de san Maximiliano Kolbe, en mitad del siglo veinte, que se ofrece en cambio de un compañero para sufrir la muerte, y del Sacerdote que murió porque se desprendió de su respirador, a costa de su propia vida, para entregárselo a una persona más joven para que se salvaran nos están diciendo que la Pasión de Cristo no es sólo un cuadro conmovedor del pasado sino una realidad fecunda del presente.

Para interrogarnos

Podemos preguntarnos, pues, ¿cómo aclamamos nosotros a Jesús? Llevar palmas o ramos es el signo de que queremos ser sus discípulos, que lo reconocemos como el Mesías, como el Señor, como el Rey… reconocer que nuestras imágenes de Dios no pueden ser otras que las que El mismo nos dio: las de un Dios que se arrodilla a lavar los pies, que es misericordioso y paciente, que es manso, humilde y acepta dar la vida, y que es fiel hasta las últimas consecuencias.

Podemos preguntarnos también cuándo estamos abandonándolo, cuándo le damos la espalda en nuestra vida porque no nos conviene o nos exige demasiado… La reflexión y la oración sobre nuestras contradicciones e infidelidades puede ser una buena manera de acercarnos al Señor durante esta semana y así, reconociendo con humildad nuestras culpas, dejar que surja en nuestro corazón el deseo de corresponderle a tanto como nos ama.

El significado de la Muerte de Jesús:

Sobre el Calvario estamos delante de un ser humano torturado y excluido de la sociedad, completamente solo, condenado como herético y subversivo por el tribunal civil, militar y religioso. A los pies de la cruz, las autoridades religiosas confirman por última vez que se trata verdaderamente de un rebelde que ha fallado, y lo reniegan públicamente (Mt 27,41-43). Y en esta hora de muerte renace un significado nuevo. La identidad de Jesús viene revelada por un pagano: «¡Verdaderamente éste era Hijo de Dios!» (Mt 27,54). Desde ahora en adelante, si tú quieres encontrar verdaderamente al Hijo de Dios no lo busques en lo alto, ni en el lejano cielo, ni en el Templo cuyo velo se rasgó Búscalo junto a ti, en el ser humano excluido, desfigurado, sin belleza. Búscalo en aquéllos que, como Jesús, dan la vida por sus hermanos.

  1. ORACIÓN: ¿QUÉ LE DECIMOS NOSOTROS a DIOS?

Dios de bondad y misericordia,

a nosotros nos gusta tu triunfo y el nuestro;

pero tu camino de gloria pasa por la cruz.

Danos la fuerza de tu Palabra

para caminar los duros caminos de tensión y compromiso,

que terminan en la verdadera libertad;

y que nunca tengamos miedo a seguir tus pasos.

Padre Santo,

concede a la Iglesia que con, su palabra y su vida,

sea signo auténtico de libertad para todos los hombres.

Que nuestros gobernantes, guiados por el Señor,

no conviertan su autoridad en poder

e implanten en el mundo condiciones de igualdad para todos.

Te pedimos por todos los que sufren

bajo la opresión de las modernas esclavitudes,

pueblos del tercer mundo, obreros, campesinos,

hombres privados de sus derechos civiles,

razas, culturas,

para que no se resignen y, confiados en tu Hijo,

luchen por liberarse.

Que nosotros seamos capaces de desenmascarar

nuestra propia situación y, reconociendo nuestro pecado,

nos comprometamos en una lucha decidida

por la liberación de la humanidad.

Señor, concédenos la verdadera libertad

de los hijos de Dios

y danos caminar llenos de esperanza

hacia la total liberación en tu Reino.

Amén.

  1. CONTEMPLACIÓN – ACCIÓN: ¿A QUÉ NOS COMPROMETE LA PALABRA?

     En la Iglesia continúan los dolores de Cristo, porque la comunidad cristiana es el lugar de la lucha contra el mal. El Papa Francisco nos ha dicho: «Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “pereceremos” (cf. v. 38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos» (Oración y bendición «Urbi et Orbi», 27 de Marzo de 2020).

La Pasión de Cristo continúa hoy en todos los hombres que sufren cualquier clase de dolor físico o moral: contagio con el coronavirus o pérdida de un ser querido por la misma razón, hambre y desnudez, pobreza y abandono, tristeza, desesperación, falta de comprensión y amor. Continúa, de modo especial, en todos los hombres que son víctimas del odio de los demás hombres.

Allá donde estemos estos días, no nos dejemos arrastrar por el deseo de vacaciones o de creer que estamos de descanso en nuestras casas, sino que procuremos tener presente que éstas son las fiestas más importantes de los cristianos, y ya que, por la cuarentena mundial provocada por el coronavirus, no podemos celebrar públicamente las ceremonias de Semana Santa y Pascua, al menos dediquemos tiempo a la reflexión de lo que creemos y a la oración, y así sea para nosotros una Semana Santa de verdad.

«Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida» nos pide el Papa Francisco y «entreguémosle nuestros temores, para que los venza» (Oración y bendición «Urbi et Orbi», 27 de Marzo de 2020).

Relación con la Eucaristía

La Iglesia saluda al Señor en la Sagrada Eucaristía como el que ahora viene, el que ha hecho su entrada en ella. Y lo Saluda, al mismo tiempo, como Aquél que sigue siendo el que ha de venir y nos prepara para su venida. Como peregrinos, vamos hacia Él; como peregrino, Él sale a nuestro encuentro y nos incorpora a su «subida» hacia la Cruz y la Resurrección, hacia la Jerusalén definitiva que, en la comunión con su Cuerpo, ya se está desarrollando en medio de este mundo.

Algunas preguntas para pensar durante la semana 

  1. ¿Estamos dispuestos a rectificar nuestro camino y a decidirnos por Jesucristo para ser en verdad sus discípulos, seguidores?
  2. ¿Qué significa para nosotros, a nivel personal y comunitario, la celebración del Domingo de Ramos?
  3. ¿Sé descubrir en la Cruz de Cristo la única salida, la única respuesta al enigma del dolor?
  4. ¿Cómo contemplo a Jesucristo en la Cruz muriendo por mis pecados?
  5. ¿Creo en la salvación que Dios me da por la pasión, muerte y resurrección del Señor?
  6. ¿Qué puedo hacer con mi vida para corresponder al amor de Dios?
  7. Resuma el mensaje de la Semana Santa próxima en una frase que tenga significación para usted.
  8. Esta semana ha de ser una semana muy religiosa. ¿Qué debo hacer al respecto?

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

¿Sientes inquietud vocacional? Escríbenos whatsapp