Lectio divina Domingo de Resurrección 2020

TIEMPO PASCUAL: DOMINGO 1°  CICLO A

Ver en la noche y creer por el amor Ser testigos de la Resurrección del Señor

Ambientación

Hoy es Domingo de Pascua. Es el Domingo de los Domingos: cada misa dominical es un memorial de la resurrección, centro de nuestra fe y esperanza. La Pascua es también el punto de partida de la Iglesia. Hoy es el «tercer día» del Triduo Pascual y a la vez el primero de la Cincuentena.

Hoy es el Domingo más importante del año, del que reciben sentido todos los demás. Para algunos fieles este es el día en que comienzan a celebrar la Buena Noticia de la Resurrección del Señor, porque no han acudido a la Vigilia Pascual. Vale la pena que la celebración de hoy sea particularmente festiva y expresiva.

El Cirio Pascual, encendido por primera vez la noche anterior, va a acompañarnos a lo largo de siete semanas, y todos tendrían que captar su sencillo y simpático mensaje de alegría y estímulo. La «octava» de Pascua, los ocho días que abarcan el Domingo 1º y 2º y los días intermedios, se viven en la comunidad cristiana como un solo día.

 

  1. PREPARACIÓN: INVOCACIÓN AL ESPÍRITU SANTO

Espíritu Santo, ven,

para que nos dispongamos a escuchar la Palabra que nos hace el anuncio gozoso del Angel:

que el Padre resucitó a su Hijo de entre los muertos.

Abre nuestra mente y nuestro corazón

para que la nueva creación, que es el cuerpo glorioso de Jesús, irrumpa dentro de nuestra vieja tierra, para que,

atentos a la Palabra,

todos, hombres y mujeres, podamos percibir ese nuevo comienzo que el Padre establece en nuestra historia.

Ven, Espíritu Santo, a consumar la obra iniciada por el Hijo Amén.

 

  1. LECTURA: ¿QUÉ DICE el texto?

Hch. 10, 34a.37-43: «Hemos comido y bebido con él después de su resurrección»

La 1a lectura de hoy nos ofrece el testimonio de quienes vivieron aquel acontecimiento y que, cambiando radicalmente sus vidas, dan testimonio de ello. Con respeto y veneración escuchamos lo que nos dicen en este día de Pascua. El libro de los Hechos de los Apóstoles es una óptima lectura para el tiempo pascual. Aquellos primeros cristianos fueron la «Comunidad de Jesús Resucitado», nacida de la Pascua. El Señor sigue actuando en ella, invisiblemente, por medio de su Espíritu, y visiblemente por medio de su Iglesia.

El primer pasaje que leemos es el testimonio de Pedro, en casa del pagano Cornelio, sobre la resurrección de Cristo. Lucas da mucha importancia a este episodio de la conversión de Cornelio: le dedica dos capítulos enteros, el 10 para narrar cómo sucedió, y el 11 para explicar cómo Pedro dio cuenta a la comunidad de Jerusalén de lo acontecido. Es un hecho fundamental para motivar la apertura universalista de la comunidad cristiana también a los paganos.

El testimonio principal de Pedro, que repite en todas sus «catequesis» o discursos, delante del pueblo o de las autoridades, y aquí en casa de unos paganos, es: «lo mataron colgándolo de un madero, pero Dios lo resucitó al tercer día», y «los que creen en él, reciben el perdón de los pecados».

Sal. 118(117): «Este es el día en que actuó el Señor»

El salmo no podía ser otro que el 118(117), el más «pascual» del Salterio: «este es el día en que actuó el Señor… la diestra del Señor es poderosa… no he de morir, viviré… la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular«.

De las actuaciones poderosas de Dios en la historia de la salvación, para nosotros la principal es esta de la Resurrección de Jesús.

Podemos repetir con convicción: «sea nuestra alegría y nuestro gozo».

Col. 3,1-4. «Busquen los bienes de allá arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios»

El pasaje de Pablo en su carta a los cristianos de Colosas es el más apropiado para este Domingo. Es breve pero denso y estimulante: «ya que habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de allá arriba».

San Pablo acentúa el significado de la resurrección del Señor para la vida cristiana. En un sentido a la vez espiritual y muy verdadero, también nosotros hemos resucitado con Cristo de la muerte de nuestro pasado de pecado, para vivir una nueva vida de acuerdo con Cristo. Celebrar la Pascua del Señor es asumir coherentemente lo que representa de novedad de vida en el Espíritu: «aspiren a los bienes de arriba», porque caminamos hacia la misma meta que Cristo: «entonces también ustedes aparecerán, juntamente con él, en gloria».

La Palabra de Dios, por medio de San Pablo en este día de Pascua, nos invita a levantar nuestro corazón «a los bienes de arriba» y no a quedarnos en los de la tierra. No podemos perder de vista que la salvación no es fruto de conquistas humanas ni de los esfuerzos que realicen los hombres, sino que es un «don de Dios», es una vida nueva que viene de arriba.

Jn. 20, 1-9: «Vio y creyó»

(cfr. Mt 28,1-10; Mc 16,1-8; Lc 24,1-12)

EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN JUAN

R/. Gloria a Ti, Señor.

1 El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. 2 Echa a correr y llega a Simón Pedro y al otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto». 3 Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. 4 Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro.

5 Se inclinó y vio los lienzos en el suelo; pero no entró.

6 Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve los lienzos en el suelo, 7 y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a los lienzos, sino plegado en un lugar aparte.

8 Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó, 9 pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos.

Palabra del Señor

R/. Gloria a Ti, Señor Jesús

Re-leamos el texto para interiorizarlo

  1. Contexto: 13,1 – 20,30: La Hora de Jesús

Esta perícopa evangélica pertenece a la segunda parte del evangelio de Juan: la parte conocida como «el libro de la Hora». La primera parte era «el libro de los Signos» (Jn. 1-12)

El fragmento que proclama la Liturgia de este Domingo de Pascua es el comienzo de la tercera sección: «El día de la resurrección» (Jn. 20,1- 29). Esta perícopa evangélica nos ofrece la gran noticia de la Resurrección de Jesús. Pero «el sepulcro vacío» al que llegaron los Apóstoles está mostrando el proceso que los mismos Apóstoles recorrieron en el camino de su fe.

Contrastando lo que vieron en el sepulcro a la luz de las Escrituras, pueden decir que «vieron y creyeron». Aquella noticia trastornó los aconteceres del mundo. Algunos pensaban que a Jesús le habían quitado, borrado, del mundo al dejarlo enterrado. Pero se equivocaron porque Jesús es el Hijo de Dios vivo. 

b)      Comentario:

v.1:

El día después del sábado: es «el primer día de la semana» y hereda en el ámbito sagrado la gran sacralidad del sábado hebraico.

Para los cristianos es el primer día de la nueva semana, el inicio de un tiempo nuevo, el día memorial de la resurrección, llamado «día del Señor» (dies Domini, dominica, domingo).

El evangelista adopta aquí y en el vers. 19, una expresión que ya es tradicional para los cristianos: «primer día de la semana» (cfr. Mc. 16, 2 y 9; Hch. 20, 7) y es más antigua de la que aparece enseguida como característica de la primera evangelización: «el tercer día» (ejem. Lc. 24, 7 y 46; Hch. 10, 40; 1Co. 15,4).

«María Magdalena»: es la misma mujer que estuvo presente a los pies de la cruz con otras (cfr. 19, 25). Aquí parece que estuviera sola, pero la frase del v. 2 («no sabemos») revela que la narración original, sobre la que el evangelista ha trabajado, contaba con más mujeres, igual que los otros evangelios (cfr Mc. 16, 1-3; Mt. 28, 1; Lc. 23, 55 – 24, 1).

«De madrugada»: se trata de las primerísimas horas de la mañana, cuando la luz todavía es tenue y pálida. Quizás Juan subraya la falta de luz para poner de relieve el contraste simbólico entre tinieblas = falta de de fe y luz = acogida del evangelio de la resurrección.

«Ve la piedra quitada del sepulcro»: El verbo αἴρω (airo) significa «quitar» nos remite a Jn. 1,29: el Bautista señala a Jesús como el «Cordero que quita el pecado del mundo». ¿Quiere quizás el evangelista llamar la atención de que esta piedra

«quitada», arrojada lejos del sepulcro, es el signo material de que la muerte y el pecado han sido «quitados» por la resurrección de Jesús?

v. 2:

La Magdalena corre hacia a Simón Pedro y «el otro discípulo», que comparten con ella el amor por Jesús y el sufrimiento por su muerte atroz, aumentada ahora con este descubrimiento. Se llega a ellos, quizás porque eran los únicos que no habían huido con los otros y estaban en contacto entre ellos (cfr 19, 15 . 26-27). Quiere al menos compartir con ellos el último dolor por el ultraje hecho al cadáver.

Notamos como Pedro, el «discípulo amado» y la Magdalena se caracterizan por su amor especial que los une a Jesús: es precisamente el amor, especialmente si es renovado, el que los vuelve capaces de intuir la presencia de la persona amada.

«El otro discípulo a quien Jesús quería»: es un personaje que aparece sólo en este evangelio y sólo a partir del capítulo 13, cuando muestra una gran intimidad con Jesús y también un gran acuerdo con Pedro (cfr. 13, 23-25). Aparece en todos los momentos decisivos de la pasión y de la resurrección de Jesús, pero permanece anónimo y sobre su identidad se han dado hipótesis bastantes diferentes.

  1. 2b: «Se han llevado del sepulcro al Señor»: estas palabras, que se repiten también a continuación: vv. 13 y 15, revelan que María teme uno de los robos de cadáveres que sucedían a menudo en la época, de tal manera que obligó al emperador romano a dictar severos decretos para acabar con el fenómeno. A esta posibilidad recurren (en Mt. 28, 11-15), los jefes de los sacerdotes para difundir el descrédito sobre el acontecimiento de la resurrección de Jesús y ocasionalmente, justificar la falta de intervención de los soldados puestos de guardias en el sepulcro.

El título de «Señor» implica el reconocimiento de la divinidad y evoca la omnipotencia divina. Por esto, era utilizado por los cristianos con referencia a Jesús Resucitado. El cuarto evangelista, de hecho, lo reserva sólo para sus relatos pascuales (también en 20, 13).

3-5: «Corrían los dos juntos…pero el otro…llegó primero…vio los lienzos en el suelo…pero no entró»:

La carrera revela el ansia que viven estos discípulos. El pararse del «otro discípulo», es mucho más que un gesto de cortesía o de respeto hacia un anciano: es el reconocimiento tácito y pacífico, en su sencillez, de la preeminencia de Pedro dentro del grupo apostólico, aunque esta preeminencia no se subraye. Es, por tanto, un signo de comunión.

vv. 6-7:

En el sepulcro, todo resulta en orden, aunque falta el cuerpo de Jesús y Pedro consigue ver bien en el interior, porque el día está clareando. A diferencia de Lázaro (cfr. Jn. 11,44), por tanto, Cristo ha resucitado abandonando todos los arreglos funerarios: los comentadores antiguos hacen notar que, de hecho, Lázaro guardaría sus vendas para la definitiva sepultura, mientras que Cristo no tenía ya más necesidad de ellas, no debiendo ya jamás morir (cfr Ro. 6,9).

  1. 8:

Pedro…vio…el otro discípulo «vio y creyó»: también María, al comienzo de la narración, había «visto». Aunque la versión española traduzca todo con el mismo verbo, el texto original usa tres diversos (theorein para Pedro: v. 5; blepein para el otro discípulo:

v.5 y la Magdalena: v. 1; idein, aquí (v. 8), para el otro discípulo). De esta manera nos deja entender un crecimiento de profundidad espiritual de este «ver» que, de hecho, culmina con la fe del otro discípulo.

El discípulo anónimo, ciertamente, no ha visto nada diverso de lo que ya había visto Pedro: quizás, él interpreta lo que ve de manera diversa de los otros, también por la especial sintonía de amor que había tenido con Jesús (la experiencia de Tomás es emblemática: Jn. 20, 24-29). Sin embargo, como se indica por el tiempo del verbo griego, su fe es todavía una fe inicial, tanto que él no encuentra el modo de compartirla con María o Pedro o cualquiera de los otros.

Para el cuarto evangelista, sin embargo, el binomio «ver creer» es muy significativo y está referido exclusivamente a la fe en la resurrección del Señor (cfr cfr. Jn. 20, 29), porque era imposible creer verdaderamente antes que el Señor hubiese muerto y resucitado (cfr cfr. 14, 25-26; 16, 12-15).

El binomio visión – fe, por tanto, caracteriza a todo este capítulo y «el discípulo amado» se presenta como un modelo de fe que consigue comprender la verdad de Dios a través de los acontecimientos materiales (cfr también 21, 7).

  1. 9:

«No habían comprendido todavía la Escritura»: Para aquéllos que habían vivido junto a Jesús, por tanto, ha sido difícil creer en Él y para ellos, como para nosotros, la única puerta que nos permite pasar el dintel de la fe auténtica es el conocimiento de la Escritura (cfr. cfr. Lc 24, 26-27; 1Co. 15, 34; Hch. 2, 27-31) a la luz de los hechos de la resurrección.

  1. MEDITACIÓN: ¿Qué NOS DICE el texto?

 La gran Noticia

Vamos a saborear en nuestro interior todo el rico mensaje de los textos que hemos escuchado con atención: tenemos una experiencia de todos los días y es que, ante un acontecimiento que llama nuestra atención e interés, vamos en busca de información detallada acerca de él. Ante el gran acontecimiento de la Resurrección de Jesús es la Palabra de Dios quien nos ofrece esa información.

En aquellos tiempos no había periodistas o reporteros gráficos que lo consignaran en sus crónicas. Pero hubo unos testigos que lo han transmitido por escrito y, también por la Tradición, a los que nosotros acudimos por la importancia de la noticia que se nos ofrece.

Como lo leemos en el texto de los Hechos, la esencia del mensaje apostólico era la resurrección de Jesús de la muerte. Este hecho confirmó su divinidad, su Evangelio y nuestra propia salvación. Y los mismos Apóstoles fueron testigos cualificados del hecho de la resurrección de Jesús.

La Semana Santa carecería de interés si terminara en el Viernes Santo.  Celebraríamos la muerte de un hombre famoso, de un gran profeta de Dios, de un gran bienhechor de los hombres. Pero en la cruz se terminó todo y, en el sepulcro en el que le pusieron sus familiares y amigos, quedaba encerrada toda su vida y admiración.

No les faltaron dificultades, persecuciones y martirio. Pero en verdad, primero los Apóstoles y luego otros discípulos, como los diáconos o Pablo y Bernabé, dieron un valiente testimonio de Cristo Jesús y fueron edificando comunidades llenas de fe y alegría. Hace bien la comunidad cristiana en mirarse al espejo de los Hechos de los Apóstoles en estas semanas, para estimularse a seguir su ejemplo de firmeza en la fe y en su maduración.

De la muerte a la Vida

 Los discípulos el viernes se dispersaron decepcionados. Y nosotros no nos reuniríamos para recordar aquello. Pero hubo un hecho crucial: ¡la resurrección de Jesús! Y ese hecho: da sentido a la Semana Santa, es la base de nuestra fe, es el fundamento de nuestra esperanza. Jesús, como dice el Apóstol San Pedro en la lectura que hacemos hoy, «no solamente pasó por el mundo haciendo el bien, sino que Dios le resucitó de entre los muertos». Jesús resucitó para que nosotros, alcanzando el perdón de los pecados, resucitemos con él.

La Resurrección del Señor no la podemos recordar como un simple «hecho histórico», por muy importante que fuera; como, por ejemplo, una «batalla», una «catástrofe», una «fiesta»… La recordamos y, sobre todo, la celebramos como culmen de su vida redentora

Nuestra resurrección espiritual la conocemos por la fe, pero puede ser revelada a los demás por nuestro ejemplo y buenas obras. Así nos hacemos, como los primeros Apóstoles, testigos de la resurrección del Señor.

En el evangelio de Juan, nos encontramos con la experiencia de María Magdalena, testigo del sepulcro vacío, que corrió a anunciarlo a los apóstoles, convirtiéndose así en

«apóstol de los apóstoles», la primera evangelizadora de la Buena Noticia de la Pascua. También Pedro y Juan ven el sepulcro vacío. Ninguno de ellos se acaba de creer que Jesús haya resucitado: «no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos».

Hoy, al igual que entonces, algunos pretenden borrar a Dios:

  • de nuestra vida,
  • de nuestra convivencia,
  • de nuestras costumbres,
  • de nuestras

Pero se equivocan porque Dios saldrá victorioso ya que no puede renunciar a ser «el Dios de la vida». Con la gran alegría por la resurrección de Jesús, demos testimonio de esa resurrección como hicieron aquellos primeros cristianos que conocieron la «gran noticia»…

 A María Magdalena, que fue al sepulcro a llorar su pena por la muerte de Jesús, el Señor le dijo: «ve y diles a mis hermanos que me verán en Galilea». Y ése es el mensaje que hoy se nos transmite a todos: «vayan y digan a todos que el Señor ha resucitado».

Ese acontecimiento es el fundamento de nuestra fe. Un acontecimiento y una fe que nadie podrá borrar del mundo y que nosotros la vivimos con gozo.

Un acontecimiento que es la base de nuestras celebraciones eucarísticas y que debemos transmitir a todos: que «Cristo, que es la Vida, ha vencido a la muerte», como cantamos en el himno de la misa de hoy:

«Lucharon vida y muerte en singular batalla

y, muerto el que es Vida, triunfante se levanta».

 Dios ha dicho «sí» a su Hijo y a la humanidad. El grano de trigo, sepultado en la tierra, ha muerto, pero ha renacido y dará fruto abundante. Es también la fiesta de nuestra liberación y nuestra resurrección. Podemos manifestar con aleluyas solemnes y flores nuestra alegría de cristianos seguidores del Resucitado.

Carácter bautismal de la Pascua

Pascua es la fiesta bautismal, porque en el Bautismo es cuando por primera vez nos sumergimos en la muerte y resurrección, en la nueva vida del Señor.

Este día, y todo el Tiempo Pascual, tiene carácter bautismal. En la oración sobre las ofrendas hablamos de «estos sacramentos en los que tan maravillosamente ha renacido y se alimenta tu Iglesia», o sea, los sacramentos de la iniciación cristiana. La oración poscomunión insiste: «tu Iglesia, renovada por los sacramentos pascuales».

Vida pascual

La Pascua de Cristo debe contagiarnos también a nosotros y convertirse en Pascua nuestra, de modo que imitemos la vida nueva de Jesús.

Vivimos en este mundo, y nuestro compromiso con la tarea que aquí tenemos encomendada es serio, pero los cristianos «buscamos los bienes de allá arriba», porque estamos en camino y somos ciudadanos de otro mundo, el mundo en el que ya ha entrado Cristo Resucitado.

Vivamos la Pascua con nuestra alegría, nuestra entrega por los demás, nuestra energía para el bien, nuestra valentía en la lucha contra el mal y contra toda injusticia, nuestra esperanza y novedad de vida.

«Este es el día en que actuó el Señor». ¡Aleluya!

La resurrección de Cristo es la gran noticia que proclamó con valentía Pedro, en su catequesis en casa de Cornelio: que a ese Jesús, el Ungido por el Espíritu, «a quien mataron colgándolo de un madero, Dios lo resucitó al tercer día y lo nombró Juez de vivos y muertos».

Vale la pena que resuene, también en las misas de este Domingo, el anuncio gozoso del ángel a las mujeres (según el evangelio de la noche): «¡No está aquí: ha resucitado!».

Es bueno detenernos en esta convicción – «Cristo es el que vive»-, porque nos hace falta para seguir con más ánimos nuestro camino cristiano.

No puede ocultar su alegría la oración colecta: «en este día has abierto las puertas de la vida por medio de tu Hijo, vencedor de la muerte», y pide que esta Pascua histórica que estamos celebrando nos oriente hacia la eterna: «que renovados por el Espíritu, vivamos en la esperanza de nuestra resurrección futura».

La alegría de la Pascua es evidente también en la oración sobre las ofrendas:

«rebosantes de gozo pascual, celebramos estos sacramentos».

 El prefacio describe lapidaria y magistralmente el contenido de la fiesta de hoy:

«Cristo,     nuestra     Pascua,     ha    sido    inmolado:     muriendo,     destruyó      nuestra     muerte, resucitando, restauró la vida».

Los apóstoles, testigos

 Leyendo, desde hoy, el libro de los Hechos de los Apóstoles durante el Tiempo Pascual, se nos propone el ejemplo de aquella comunidad que dio testimonio de su fe en Cristo Jesús y se dejó guiar por su Espíritu en su expansión al mundo conocido.

Las primeras «evangelizadoras» fueron las mujeres. En el evangelio de la noche, son las mujeres que acudieron al sepulcro las que oyeron de labios del ángel la noticia: «no está aquí, ha resucitado». En el evangelio de Juan es Magdalena la que va al sepulcro, lo ve vacío, y corre a anunciarlo a los apóstoles.

Luego van a ser los apóstoles, los ministros de la comunidad, los que más oficialmente aparecen en el libro de los Hechos como anunciadores de la Pascua. Pedro, en casa de

Cornelio, es consciente de que Cristo les ha encomendado este anuncio: «nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado, a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de la resurrección». E insiste: «nosotros somos testigos… nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos».

  1. ORACIÓN: ¿Qué le DECIMOS NOSOTROS a Dios?

Padre Santo,

la Resurrección que has dado a tu Hijo,

no es un simple hecho interior, desencarnado, acaecido en las esferas abstractas

de los espacios vacíos o de las almas sin cuerpo. El resucitado es el Jesús terreno,

ciudadano de nuestra tierra.

Lo has resucitado con su corporeidad, con la totalidad de su persona.

Ahora también queremos percibir,

bajo el velo de los signos sacramentales,

la voz de Jesús que nos dice: «soy Yo, no teman; toquen m i cuerpo; saquen pan y vino; celebremos la fiesta de la nueva vida».

Ante esta revelación, sentimos el pasmo y e temor, pero también el gozo y la alegría.

Una inmensa esperanza surge en nuestros corazones y nosotros ahora, contagiados por el testimonio

y la fe de los Apóstoles,

tenemos la experiencia de que la causa de Jesús sigue.

El que hoy resucita es el que fue crucificado y pasó tres días bajo tierra.

Te alabamos porque en Cristo, resucitado de entre los muertos,

has desvelado el poder oculto de su cruz;

el poder de su amor obediente hasta la muerte, la fuerza de su entrega a la humanidad.

El Resucitado ha tomado consigo al mundo para encaminarlo hacia su resurrección y gloria.

Que en un día resucitemos todos

para que cantemos eternamente tus alabanzas. Amén.

  1. CONTEMPLACIÓN-ACCIÓN: ¿Qué nos PIDE HACER la Palabra?

Nosotros, testigos de la Pascua

El libro de los Hechos nos recuerda que la historia continúa. Se puede decir que no tiene último capítulo: nosotros mismos, a inicios del siglo XXI, seguimos escribiendo estos

«Hechos». En el rito copto, que celebran los cristianos sobre todo de Egipto, cuando se proclama este libro en Misa, el lector dice al final, a modo de aclamación: «Y la Palabra de Dios sigue creciendo, en esta Iglesia y en todas las Iglesias».

Ahora somos nosotros los que en nuestro siglo nos comprometemos a anunciar a Cristo a este mundo, a nuestra familia, a nuestros amigos, a la sociedad.

Como Pedro en casa de Cornelio, un pagano, o en medio de una sociedad también paganizada, tenemos que dar testimonio de que Jesús es el Salvador: en nuestra familia, en el mundo de educación, en el cuidado de los ancianos y enfermos, en la actividad profesional, en los medios de comunicación.

Relación con la Eucaristía

  • No se pasa de lo viejo a lo nuevo sin estar unido con Cristo. El Bautismo en la Muerte y Vida del Señor nos obliga a esta unión profunda que realiza nuestra propia transformación. La gestión ritual no produce sus frutos sino a condición de que repercuta en la
  • Sólo una Eucaristía celebrada dentro del acto eclesial evangelizador cobrará su novedad, no por lo accesorio, sino por la interpelación que la Palabra nos hace y por la interpretación de los signos que ocurren en la vida. De ahí brotará la novedad que testimoniaremos en el

– Nos comprometemos a: Hacer del amor a Jesús el móvil de nuestro obrar, saber leer en los signos de muerte la vida que surge y Compartir más nuestra fe.

Algunas preguntas para meditar durante la semana

  1. ¿Qué quiere       decir      concretamente,          para      nosotros,        «creer       en     Jesús Resucitado»?
  2. ¿Qué dificultades encontramos?
  3. ¿La resurrección es sólo propia de Jesús o es verdaderamente el fundamento de nuestra fe?
  4. Comprobemos nuestra fe en nuestra propia resurrección.
  5. Si esto es verdad, ¿cómo debería influir en mi manera de vivir?

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