Noveno Día – San Juan Eudes Fundador

SAN JUAN EUDES FUNDADOR

INTRODUCCIÓN

San Juan Eudes continúa en la Iglesia su obra evangelizadora por medio de los hijos de las comunidades que suscitó el Espíritu a través de su obra y de los que las han continuado en la historia: la Congregación de Jesús y María (Padres Eudistas), la Orden de Nuestra Señora de la Caridad del Refugio, que desde el 2014 se fusionó con la Congregación de Nuestra Señora de la Caridad del Refugio del Buen Pastor, que bajo la guía de santa María Eufrasia Pelletier extendió a todo el mundo la iniciativa del santo, y por la asociación de damas de la tercera orden, las llamadas Eudistinas. Pero fuera de estas tres grandes ramas ha habido otras fundaciones que hoy se glorían de formar parte de la “Gran Familia Eudista”.

A todas ellas dedicamos hoy este gran último día de la novena con intención vocacional a fin de que el Señor bendiga estas comunidades con abundantes vocaciones y con el acrecentamiento de la santidad, entrega y fidelidad de quienes ya pertenecen a esta gran familia Eudista.

SALUDO PRESIDENCIAL

Hermanos, la paz de Dios, que supera todo entendimiento, guarde sus corazones y sus pensamientos en el amor de Cristo.
R/ Amén, Gloria a Dios.

ORACIÓN

Oh Dios, que elegiste a san Juan Eudes para anunciar las inescrutables riquezas del amor de Cristo; concédenos que, movidos por su palabra y por su ejemplo, crezcamos en la fe y llevemos una vida conforme al Evangelio. Por Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo. Amén.

LECTURA BÍBLICA

Y como cooperadores suyos que somos, los exhortamos a que no reciban en vano la gracia de Dios. A nadie damos ocasión alguna de tropiezo, para que no se haga mofa del ministerio, antes bien, nos recomendamos en todo como ministros de Dios: con mucha constancia en tribulaciones, necesidades, angustias; en azotes, cárceles, sediciones; en fatigas, desvelos, ayunos; en pureza, ciencia, paciencia, bondad; en el Espíritu Santo, en caridad sincera, en la palabra de verdad, en el poder de Dios.

(2Co 6,1.3-7ª)

LECTURA EUDISTA

EL SACERDOTE, MISIONERO HASTA LOS CONFINES DEL MUNDO

“Parte en el nombre de la santa Trinidad para hacerla conocer y adorar.”

Vete, pues, en nombre de la Santísima Trinidad, para hacerla conocer y adorar en lugares donde no es conocida ni adorada.

Vete en nombre de Jesucristo, Hijo único de Dios, para aplicar a las almas el fruto de la preciosa sangre que derramó por ellas.

Vete bajo la protección y salvaguardia de la divina María, para imprimir en los corazones el respeto y la veneración que le son debidos; y bajo la protección del bienaventurado San José, de San Gabriel, de nuestro Ángel guardián, de los Santos Apóstoles, de los lugares donde vayas, para trabajar con ellos en salvar las almas perdidas y abandonadas.

Irás en nombre y de parte de nuestra pequeña Congregación para hacer en China y demás lugares a donde la Providencia te conduzca, lo que ella quisiera hacer en todo el universo derramando su sangre hasta la última gota, para destruir allá la tiranía de Satanás y establecer el reino de Dios.

Pero recuerda que por ser esta obra muy apostólica, necesitas una intención muy pura para no buscar más que la gloria de Dios, una profundísima humildad y desconfianza de ti mismo, una gran confianza en su infinita bondad, una entera sumisión a su adorabilísima voluntad y a la de los Prelados que los tendrás en su lugar, una paciencia invencible en los trabajos, un celo ardiente por la salvación de las almas y una sincera cordialidad para con los demás eclesiásticos.

Medita con frecuencia estas virtudes, pídelas continuamente a Dios y procura cumplirlas fielmente. Que la divina bondad te la dé en perfección, con todas las demás gracias que te son necesarias y convenientes para cumplir perfectamente su santísima voluntad, y para que se comporte por todas partes como verdadero misionero de la Congregación de Jesús y María y como verdadero hijo de su amabilísimo Corazón.

Que el adorable Jesús y la divina María te den con este fin su Santa bendición; que ésta permanezca siempre en ti, y que te preceda, acompañe y siga por todas partes y en todas las cosas. Con este deseo pronunciamos sobre ti, en el nombre de Jesús y María, en el amor sagrado de su amantísimo Corazón, estas preciosas palabras de la Santa Iglesia: “Nos cum prole pia benedicat Virgo María.” (Nos bendiga con su Hijo, la Santísima Virgen María).

(De las Cartas de san Juan Eudes. Carta al Padre De Sesseval, con ocasión de su partida a las misiones extranjeras, 1,60: O.C. X, 449-450)

VOCACIÓN APOSTÓLICA DE LA ORDEN DE NUESTRA SEÑORA DE LA CARIDAD DEL REFUGIO

“Tienen la misma vocación con la Madre de Dios.”

Ustedes, queridísimas hijas, tienen, en cierta manera, la misma vocación con la Madre de Dios. Así como Dios escogió a María para formar a su Hijo en ella y por ella en el corazón de los fieles, también las ha llamado a ustedes a esta comunidad para hacer vivir a su Hijo en ustedes y para resucitarlo, mediante ustedes, en las almas en las cuales había muerto por el pecado. Por eso es santa su vocación y es prodigiosa la bondad de Dios con ustedes por haberlas llamado a un Instituto verdaderamente apostólico.

Pero sepan que esta ocupación de ustedes desagrada grandemente al espíritu maligno, el cual a nadie odia tanto como a quienes trabajan en la salvación de las almas. Por eso no dejará de poner tentaciones a su vocación. Les mostrará las molestias y dificultades que en ella tienen que soportar. Pero recuerden, amadas hijas, que no hay condición alguna en este mundo exenta de trabajo y sufrimiento y que si no sufren con Jesús tampoco reinarán con él. Y que nuestra felicidad en este mundo consiste en estar crucificados con él.

Por eso nada debemos temer tanto como la ausencia de la cruz en nuestra vida. Contemplen un crucifijo y miren lo que él ha sufrido para salvarnos. ¿Sería acaso razonable estar asociadas con él en esta obra tan grande, que lo hizo venir a este mundo para salvar a los pecadores con la entrega dolorosa de sí mismo, y que ustedes estuvieran dispensadas de sufrir?

¿No deberíamos morir de vergüenza a la vista de nuestras debilidades y cobardías? Las más pequeñas dificultades nos desalientan, y convertimos las moscas en elefantes. Nos entristecemos de lo que debería regocijarnos, temblamos cuando no hay motivo alguno de temor. Queremos gozar de las ventajas de la vida religiosa pero rechazamos la cruz. Y en esto nos equivocamos tristemente: porque toda devoción que no nos lleve a renunciarnos a nosotros mismos, a nuestros deseos o satisfacciones propias, a llevar nuestra cruz en pos de Cristo por el camino que él recorrió en busca de las almas extraviadas, es mera ilusión y engaño.

¿No saben, queridas hermanas, que el camino real para llegar al cielo es el camino de la cruz, que no hay otro distinto y que las virtudes genuinas y sólidas, las que necesitamos para agradar a Dios, sólo se adquieren con muchas penas, sudores, mortificaciones y violencias sobre nosotros mismos?

¿No han oído al Señor que nos dice: “El reino de los cielos padece violencia y sólo lo arrebatan los que se esfuerzan contra sí mismos”? (Mt 11, 12). ¿No saben que fue necesario que Jesús mismo pasara por infinitas tribulaciones para entrar en su propia gloria que por tantos títulos era suya?

¿Cómo pretenden ustedes ser del número de sus miembros y esposas si no buscan asemejarse a él?

¿Quieren que se invente un Evangelio nuevo para ustedes? ¿Desean que Dios les envíe un Mesías distinto, un Mesías de azúcar y de rosas? ¿Quieren llegar al paraíso por caminos distintos del que recorrieron la Madre de Dios y todos los santos? ¿O quieren ustedes llegar solas al paraíso y abandonar a sus pobres hermanas en el camino del infierno por ser ustedes tan delicadas que temen la molestia que les cause tenderles la mano para rescatarlas?

Les aseguro, queridísimas hijas, que es imposible que nuestro Señor deje caer a aquellos que por amor a él ayudan a los demás a levantarse. La pureza no puede jamás mancharse cuando va unida a la verdadera caridad, así como los rayos del sol no pueden mancharse con el lodo. Destierren sus temores y confíen en aquel que las ha llamado para esta divina ocupación. Si desconfían de ustedes mismas y se apoyan en él no las abandonará para dejarlas caer.

(De las Cartas de san Juan Eudes. A las Hermanas de Nuestra Señora de la Caridad de Caen. 2, 8; O.C.X, 511-514)

EL TESTAMENTO DE SAN JUAN EUDES

“Entrego este Corazón como algo que me pertenece.”

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y en honor y unión del Testamento que mi Jesús hizo en el último día de su vida mortal sobre la tierra, hago el siguiente testamento, únicamente para gloria de mi Dios.

Me entrego de todo corazón a mi Salvador para unirme a la fe perfectísima de su santa madre, de sus apóstoles, de sus santos y de toda la Iglesia. Y en unión con esta fe declaro a la faz del cielo y de la tierra que quiero morir como hijo de la santa Iglesia católica, apostólica y romana, adherido a todas las verdades cristianas que ella enseña. Me ofrezco a mi Dios, dispuesto a padecer, con la ayuda de su gracia, toda clase de tormentos y de muertes para permanecer fiel a ella.

De todo corazón me entrego al amor infinito que llevó a Jesús a morir en la cruz por mí y por todos los hombres. En unión de este amor, acepto la muerte en el tiempo, lugar y manera que a él le plazca, para honrar y agradecer su santa muerte y la de su gloriosa madre. Le suplico con toda humildad, por el purísimo Corazón de su divina madre y por su Corazón traspasado de amor y dolor en la cruz por nosotros, que me conceda la gracia de morir en su amor, por su amor y para su amor.

Con toda mi voluntad me entrego al amor incomprensible por el que Jesús y mi bondadosa Madre me han hecho don especial de su amabilísimo Corazón. En unión de ese amor entrego ese Corazón, como algo que me pertenece y del que puedo disponer para gloria de mi Dios, a la pequeña Congregación de Jesús y María para que sea la herencia, el tesoro, el patrono principal del corazón, la vida y la norma de los verdaderos hijos de esta Congregación, la cual a su vez entrego y dedico a ese Corazón para que esté consagrada a su honor y su alabanza en tiempo y eternidad.

Suplico y ruego a todos mis amadísimos hermanos que se esmeren por rendir a ese Corazón amantísimo y hacerle rendir todo el honor que les sea posible. Que celebren sus fiestas y oficios en los días señalados en nuestro Propio con todo el fervor y que en todas sus misiones exhorten a los fieles sobre este tema. Les pido que se esmeren por imprimir en sus corazones una imagen perfecta de las virtudes de este santísimo Corazón, considerándolo y siguiéndolo como la regla primera de sus vidas.

Que se entreguen a Jesús y María en todas sus acciones y ejercicios para realizarlos con el amor, la humildad y demás disposiciones de su sagrado Corazón, para que así amen y glorifiquen a Dios con un corazón digno de Dios, corde magno et animo volenti, y lleguen a ser conformes al Corazón de Dios e hijos verdaderos del Corazón de Jesús y de María.

Igualmente hago entrega de este Corazón preciosísimo a todas mis amadas hijas las religiosas de Nuestra Señora de la Caridad, a las Carmelitas de Caen y a todas mis demás hijas espirituales, especialmente a quienes tienen afecto especial por su indignísimo padre y cuyos nombres están en el libro de la vida: y los entrego a todos y cada uno a este bondadosísimo corazón por las intenciones antes indicadas.

Les prometo que si mi Salvador me otorga la salvación como la espero de su infinita misericordia y de la caridad incomparable de su santa madre, tendré especial cuidado de ellos desde el cielo y los asistiré en la hora de su muerte, junto con esta bondadosa y santa Virgen.

Finalmente me entrego de todo corazón a mi amadísimo Jesús para unirme a las santas disposiciones con que él, su santa madre y todos sus santos han muerto, aceptando por su amor todas las penas de cuerpo y de espíritu que me vendrán en mis últimos días. Quiero que mi último suspiro sea un acto de puro amor a él y le suplico que acepte todos estos sentimientos míos y los conserve para la hora de mi muerte.

(San Juan Eudes, Testamento, O.C.XII, 169-175)

ORACIÓN EUDISTA (Magníficat)

Alaba, alma mía, al Corazón admirable de Jesús y de María.
Mi espíritu se regocijó en mi gran Corazón.
Jesús y María me entregaron su Corazón, para que viva siempre en su amor.
R/ Gracias infinitas les sean dadas por este don inefable.
¡Cosas grandes hizo en mí este Corazón bueno!, desde el vientre materno me hizo suyo.
El abismo de mis miserias, atrajo el abismo de sus misericordias.
R/ Gracias infinitas les sean dadas por este don inefable.
Se anticipó a enriquecerme, con los favores de su bondad.
Con la sombra de su mano me protegió, y me consintió como a la pupila de sus ojos.
R/ Gracias infinitas les sean dadas por este don inefable.
Me escogió para ser su sacerdote, y me dio un puesto entre los servidores de su pueblo.
Puso sus palabras en mis labios, e hizo mi boca como espada acerada.
R/ Gracias infinitas les sean dadas por este don inefable.
Me ha purificado y me ha hecho revivir, ha estado en todos mis caminos.
Ha batallado contra mis enemigos, de todas mis tribulaciones me ha liberado.
R/ Gracias infinitas les sean dadas por este don inefable.
Corazón lleno de amor, fuente de todo bien, de ti me vinieron favores sin cuento.
R/ Gracias infinitas les sean dadas por este don inefable.
A Ti la alabanza, el honor y la gloria, a Ti canten todas las lenguas, te amen todos los
corazones.
Tus misericordias te proclamen grande, las maravillas de tu amor te revelen a los
hombres.
R/ Gracias infinitas les sean dadas por este don inefable.
Tus servidores te ensalcen, te alaben, te glorifiquen por siempre.
El Padre misericordioso tenga presente su sacrificio, y escuche los deseos de tu Corazón.
R/ Gracias infinitas les sean dadas por este don inefable.
Corazón de Jesús, destrozado por nosotros en la cruz, a impulsos del amor y del dolor,
para Ti se consuma nuestro corazón, en el fuego perpetuo de tu amor.
R/ Gracias infinitas les sean dadas por este don inefable.
Corazón de María, atravesado por la dura espada de dolor, haz que la fuerza del amor
divino, penetre nuestro corazón.
R/ Gracias infinitas les sean dadas por este don inefable.
Corazón de Jesús y de María, hoguera de amor, en Ti se sumerja nuestro corazón.
R/ Gracias infinitas les sean dadas por este don inefable.
Se consuma en tus llamas, para que por siempre se identifique con el Corazón de Jesús y
de María.
Amén

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