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Juan Eudes: el misionero de la misericordia

Desde el inicio de su actividad misionera, Juan Eudes, que se convertiría en el cantor emérito de los Corazones de Jesús y María, celebra el amor de Dios que creó al hombre a su propia imagen. Admiraba este amor constante que atrae hacia sí a la criatura, llamándola a compartir eternamente una felicidad y una gloria sin fin. Infinidad de razones nos obligan a rendir nuestra adoración y honores al divino Corazón de nuestro amadísimo Salvador con extraordinaria devoción y respeto.

Todas estas razones están incluidas en tres palabras del beato san Bernardino de Siena, que llama a este muy amable Corazón: Fornacem ardentissimae charitatis, ad inflammandum et incendendum orbem universum (Horno de la más ardiente caridad para incendiar todo el universo y prenderlo en llamas). Sí, ciertamente, este admirable Corazón de Jesús es una hoguera de amor a los ojos de su divino Padre, a los ojos de su santísima Madre, a los ojos de su Iglesia triunfante, militante y sufriente y a los ojos de cada uno de nosotros en particular.

Del amor a la misericordia

“Incluso antes de que yo fuese”, escribe, “el amor divino se vuelve hacia mí. Consideraré que no sólo me ama Dios desde toda la eternidad, y con un amor continuo e invariable; sino que también me ama con todo lo que él es, es decir, es todo amor hacia mí y que me ama con un amor muy puro..” (OCII, 138). Así, cuando contempla a Dios, san Juan Eudes queda deslumbrado por las resplandecientes manifestaciones del amor. Pero aparentemente decadente cuando su mirada se detiene en las miserias del hombre. Esta es la imagen que nos presenta Juan Eudes!

¿Cómo puede este “purísimo amor de Dios” complacerse en “esta corrupta y depravada naturaleza”? De hecho, la insistencia de Juan Eudes en la indignidad del hombre siempre ha causado vergüenza a muchos de sus lectores. Él, tan deseoso de vivir sólo del amor divino, parece querer cavar un abismo que hará a Dios inaccesible para el hombre. Pero el reconocimiento de nuestra condición, de ser miserables, nos hace volvernos hacia Dios. El enigma está resuelto: Dios es misericordia. De ahí el cruce del abismo: «El abismo de mis miserias, atrajo el abismo de sus misericordias» (OC III, 491). ¿Qué es la misericordia, sino antes que nada el amor, que hace amable el objeto que en sí mismo no tiene nada de atractivo. “La divina Misericordia es una perfección que mira las miserias de la criatura, para aliviarla e incluso para librarla, cuando es conveniente, según las órdenes de la divina Providencia, que hace todas las cosas en número, peso y medida” (OC VIII,7). Juan Eudes advierte: «No sólo serías insensible a los beneficios de la Misericordia, sino que también prohibirías que te llegara. ¡Ay! Somos tan infelices y tan enemigos de nosotros mismos que cuando la misericordia viene a nosotros para salvarnos, le damos la espalda» (OC VIII, 42). 2 9

La experiencia de nuestra indigencia y la atención a los beneficios recibidos nos abren los ojos a la grandeza de Dios así manifestada. Cuanto más difícil nos parezca la obra a realizar, más brillará la gloria de su autor. “Podemos decir aún que la misericordia de Dios es grande, y mayor de cualquier manera que los otros atributos divinos. Porque los efectos de la misericordia superan a los del poder, la sabiduría, la justicia y todas las demás perfecciones divinas que podamos conocer en este mundo”. (OC VIII, 55). Dios mismo tiene cuidado de atraer nuestra mirada sobre su misericordia para revelarse mejor a nosotros y acercarnos más a él.

Juan Eudes, un artesano de la misericordia

Para Juan Eudes, la vida del cristiano, consiste en continuar y completar la vida de Jesús en la tierra, mientras que el sacerdote debe compartir la solicitud del Buen Pastor que da su vida por sus ovejas.

Toda su vida será dedicada a proclamar las misericordias del Señor y a sacar de los corazones compasivos de Jesús y María, un celo infatigable por aliviar las miserias de los hombres y mujeres de su tiempo. Ayudar a otros a encontrar la divina Misericordia, se llama trabajar por la salvación de las almas. Así es como Juan Eudes lo entendió! Este es el objetivo de toda su misión como apóstol. “No quiero nada en absoluto, pero si Dios me ordenara, elegiría vivir siempre para ayudar a salvar almas” (OC XII, 205).

Asfaltado de la carretera principal del Centro san Juan Eudes, Abatta, Costa de Morfil.

 

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